Humans of Morocco

Visitar Marruecos durante el Ramadán es algo que no tiene precio. Si una/o se siente cómoda/o en el choque cultural, probablemente esta sea la situación ideal. Quienes sean aficionadas/os al análisis del comportamiento humano, encontrarán en este país, y durante la época de Ramadán, el momento de lujo. A primera hora del día, y hasta el mediodía, el país está en coma, las personas duermen, estén en pie o no. Y el día permanece tranquilo y sosegado, siendo el/la extranjero/a la fuente de energía de las calles. Al llegar la noche, y bajo el permiso de ingerir todo el alimento que quieran, las caras se transforman, las distancias se acortan y el movimiento renace de donde no lo había. De repente uno/a se encuentra siendo una diminuta mancha en medio de una calle repleta de personas que se mueven incesantemente, en todas direcciones, siendo partícipes de la vida, sabiendo hacia dónde van, y dejando al/la extranjero/a en medio del barullo, delegándolo a ser un simple espectador. El autóctono (sí, hablo en masculino) se libera y muestra ese carácter tan rudo y masculino que, en contraste al de la mañana, adopta un semblante ciertamente algo más agresivo, que no violento. El influjo de actividad y la oposición entre la mañana y la noche, tiñe Marruecos de un aire misteriorso y vampírico, entre lo mediterráneo y lo africano, un manto cultural que absorbe a quien allí se haya, especialmente si es mujer.
Un apartado a parte merecen los peleteros, esos hombres que, bajo el sol hiriente tiñen telas y pieles, doblándose el lomo hora tras horas... En medio de la Medina, el centro neurálgico del submundo urbano, se encuentra este mágico lugar, bello y africanamente barroco, que ahuyenta al olfato pero atrapa a la vista como pocos lugares en el mundo.
Y en Merzouga, una localidad en medio del desierto, las bandas africanas de música gozan de un buen estatus. Recorrí el pueblo bajo la mirada atenta y temerosa de las/os niños. Algo que me enseñó este viaje es que el tatuaje es un arte todavía demasiado exótico para las/os árabes.
Y tuve la oportunidad de ver a los "negros" (como ellos mismos los llaman) tocar en una kashba. La misma en la que uno de ellos me regaló este precioso momento...